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EL ABISMO

"Los últimos días de Don Benito" por Pelotazoman

"Los últimos días de Don Benito" por Pelotazoman LOS ÚLTIMOS DÍAS DE DON BENITO

Como cada mañana, Don Benito salío a caminar. Se había propuesto llegar muy lejos, donde nunca hubiera llegado hasta entonces. Durante sus paseos lograba aliviar a su mente del recuerdo de tiempos pasados. Recorrió caminos apenas transitados que se internaban en los extensos pinares de la zona. Era un día nublado y espeso, y los huesos de Don Benito se quejaron de la humedad y el frío. Al llegar al pie de una montaña se detuvo a escuchar un extraño sonido. Era un chirrido discordante y melancólico que le entristecía y le fascinaba. Le resultaba imposible discernir si lo producía algún tipo de ave o si era el viento que gemía entre alguna retorcida formación de rocas. Numerosos recuerdos despertaron y le acompañaron en su soledad. Sintió la punzada de un aguijón y su veneno fue la tristeza. Cálidas lagrimas se escurrieron por su arrugada piel.
Esa noche no pudo conciliar el sueño pues aquel desafinado instrumento de extraña belleza se había negado a abandonar su mente, y le inundaba de aflicción y nostalgia. Con los primeros rayos de luz llegó el silencio, pero Don Benito ya no sentía sueño, así que se abrigó y salió de nuevo a pasear.
Durante tres noches más le acompañó el quejido chirriante, y las tres permaneció en vela, rememorando con amargura su pasado. Comenzó a creer que aquel sonido nunca había existido y que quizá se tratase de una ilusión que su cerebro había creado para avisarle de que necesitaba reposar. Había comenzado a perder la cordura.
La tarde del cuarto día de insomnio, a pesar de sentirse agotado, decidió emprender de nuevo el camino hacia la fuente de su pesar, que alcanzó bajo un crepúsculo de sangre y fuego. De nuevo lo escuchaba con claridad, y de nuevo afloraron las lágrimas, que no sabían si brotaban por alegría o por pena. Don Benito permaneció allí sufriendo y disfrutando a un tiempo. Y cuando la noche casi se había adueñado por completo del cielo, caminó hacia el sonido. Según se acercaba, su llanto se fue secando, pues un olvidado y oscuro rincón de su mente había recibido un rayo de luz. Algo fue apareciendo entre los árboles bajo la última mirada del día. Y por fin lo vio. De una estructura metálica colgaban dos columpios. Al mecerse con el viento, las cadenas que los sujetaban chirriaban por el roce con la oxidada barra de la que pendían. Se sentó en uno sintiendo que la alegría le desbordaba. Y creyó ver columpiándose a su lado a una joven que enseguida reconoció, pues la había amado muchos años atrás, cuando la vida era un campo cubierto de rosas. Y recordó que, durante un verano, ambos acudieron cada tarde a aquel lugar, que sólo ellos conocían. Una vieja historia de amor que creía olvidada. La única historia de amor que habría podido contar. En la más absoluta oscuridad, Don Benito se durmió, y nunca más iba a despertar. Lo último que vio fue aquella bella muchacha sonriéndole bajo el sol de un verano, y lo último que hizo fue cogerla la mano mientras en sus oídos vibraba la incesante música del columpio.

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