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EL ABISMO

"El Diablo en el Paraíso" por Pelotazoman

"El Diablo en el Paraíso" por Pelotazoman EL DIABLO EN EL PARAÍSO

Cuando salí de casa, me sorprendió ver que el sol ya asomaba entre las lejanas cordilleras. Sus siluetas se veían desgastadas y rojizas en el horizonte. Ese fascinante momento justo antes del amanecer le daba a todo lo que me rodeaba un aspecto mágico, anaranjado, amable y a la vez sepulcral. No estaba muy seguro de hacia dónde dirigir mis pasos, o de hacia dónde acabarían llevándome ellos a mí.
Me encontraba en una de las arterias de aquel pueblo. Era una avenida ancha flanqueda por numerosas acacias. Todas las casas eran similares a la que acababa de abandonar. Eran viviendas reconfortablemente grandes y espaciosas, de las cuales ninguna superaba los dos pisos de altura; la portentosa luz de sus interiores venía dada por unos amplios y vistosos ventanales. La cal que cubría las paredes les daba con la llegada del verano una luminosidad extrema, tanta que cuando dirigías la vista directamente a sus fachadas, los rayos reflejados del Sol te obligaban inmediatamente a apartarla.
Y allí me encontraba yo observando la aún solitaria calle. Levanté la mirada hacia la maravillosa masa de colores cálidos producida por el inminente amanecer. Un súbito viento cargado de frescor me llenó los pulmones.
Mientras caminaba una suave brisa rozaba mi cara y mis manos, y un tenue olor a tierra mojada me llegó de pronto, llenándome de placer y serenidad. Me senté, y me quedé absorto mirando el aspecto que le daba al pueblo la ya innecesaria luz de las farolas; un aspecto increíblemente triste, que le hacía parecer de otro mundo, de un mundo más elevado, menos técnico, menos artificial, más armónico. Se me ocurrió que los árboles eran mis venas y yo su ser, y el tiempo pasó, y yo ya no observaba, sentía. Cerré los ojos veía felicidad, veía heroicidad, solemnidad y serenidad. No tardé mucho en darme cuenta de que me encontraba en un estado sublime de elevadísima satisfacción espiritual. Tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, y mi rostro denotaba paz. Finalmente me eché en el suelo y me dejé llevar por un profundo y placentero sueño.
Cuando me puse de nuevo a caminar noté algo extraño casi al instante: el Sol estaba ya justo encima de mi cabeza, y no se veía a nadie por las calles; nadie se asomaba a su ventana a respirar aire puro, nadie salía a pasear a su perro, nadie a caminar junto a su pareja. Estuve todo el día vagando sin rumbo, y no vi a un solo ser humano. Pero algo en mi interior me impedía asustarme, y me impedía volver a casa a llamar a la policía. Y yo sabía que tenía mucho que ver con lo que había sentido esa mañana.
Ya estaba oscureciendo. Desde donde me encontraba se divisaba entre las casas el bosque en el que se amurallaba aquella villa. Había farolas pero éstas no lucían, las persianas estaban bajadas, y los árboles parecían estar completamente dormidos. Miré a mi alrededor y noté que la abrumadora oscuridad no me asustaba. Mi corazón latía lentamente pero con fuerza, con una fuerza caliente, antigua, antiquísima. Crucé la calle y después la siguiente. Decidí perderme por aquel pueblo.
No se oía más que el canto de algún lejano pájaro, y el ambiente era excitante, embriagador, te hacía sentir que estabas auténticamente vivo. Me senté, y me di cuenta de que miles de historias increíbles podrían surgir en ese momento en mi mente con gran facilidad. Estuve hasta bien entrada la noche paseando, con la mente completamente abierta, disfrutando, soñando. Y nadie se asomaba a su ventana a respirar aire puro, nadie salía a pasear a su perro, nadie a caminar junto a su pareja. Pero yo me encontraba bien. De nuevo caí en un profundo sueño.
Soñé que corría por campos verdes y frescos y que mientras lo hacía ningún mal atormentaba mi corazón, y cuando quise descansar me senté en una piedra. Una joven se sentó junto a mí, yo la miré, y la dirigí un simple:
- Hola.
Ella me observó con unos ojos profundos y claros y me devolvió el saludo. Y mientras aquella mirada surrealista me absorbía por completo, la muchacha comenzó a transparentarse, hasta que se desvaneció. Entonces, en mi sueño, yo me levanté y eché a correr de nuevo, pero esta vez como un animal salvaje cuando es liberado de su cautiverio y ha olvidado cómo sobrevivir, como un loco al que sacan de un manicomio y ha olvidado sus antiguos propósitos en la vida; pero yo había quedado enamorado de aquella unión de la belleza, la juventud, la frescura y la espiritualidad en un mismo y supremo cuerpo.
Abrí los ojos con una inquietud que pesaba dentro de mí. Pero miré a mi alrededor y me tranquilicé. Deseé que todo aquello fuese mío para siempre.
Y pasaron los días. Había perdido mucho peso desde que salí. Imaginé el lamentable aspecto que debía de ofrecer mi rostro.
Y sucedió que un día me disponía a beber agua de una fuente, cuando me pareció ver algo a no más de 50 metros en dirección al bosque. Lo que había visto me sorprendió enormemente porque parecía tener vida. Se había escabullido por el entramado de calles. Traté de seguirlo, pero fue inútil. No conseguí más que perderme sin remedio aún más por esas callejuelas, que a mí me parecían infinitas en número.
A veces pensaba en volver a casa, pero entonces recordaba la magia de las calles, y el increíble hecho de tener un bosque, tan hermoso, tan cerca, que parecía hecho sólo para mí, para que cogiera de él lo que quisiera. En realidad, todo aquello, esos paisajes de casas aparentemente modernas, pero completamente deshabitadas, la increíble tranquilidad que reinaba allí parecía existir sólo para mí; ese pensamiento me disuadía de volver.
Sin energía para continuar con una búsqueda que comprendí que era imposible, me recosté sobre la acera, y descansé.
Y soñé que estaba en el mismo campo fresco y brillante del sueño anterior; y de nuevo se acercaba a mí aquella bellísima muchacha, y de nuevo nos saludábamos, pero esta vez en lugar de desaparecer como un fantasma, venía lo que había visto hacía unas horas y se la llevaba, mientras la chica me miraba a los ojos con resignación y un miedo muy profundo.
En ese mismo instante desperté sobresaltado, y calculé que había dormido unas cuatro horas; debía de haber pasado tan sólo una desde que hubo amanecido.
Noté que cuando pensaba en la visión (la maldita antagonista de mi sueño), ya no lo hacía con un sentimiento de curiosidad o esperanza hacia ella, sino con odio, y deseé no volverla a encontrar más.
Durante todo aquel soleado día estuve dándole vueltas a la cabeza sobre mi extraña situación y sobre qué sería en realidad lo que durante apenas un segundo había captado mi sorprendida mente, ya que en el sueño lo había visto como una masa borrosa y lejana, como cuando lo vi un día antes. Finalmente comprendí que además de odio sentía un egoísmo inmenso ante la idea de que hubiera invadido el terreno que yo ya consideraba de mi pertenencia.
Los días siguientes volví a tener el mismo sueño una y otra vez, y un día tras otro, ayunaba; mi aspecto debía de ser tan horrorosamente cadavérico, que preferí no imaginármelo.
Caminaba por las solitarias calles y disfrutaba de aquel sitio que tan fuertemente me atraía. Y, sin remedio, mi mente acudía una y otra vez al supuesto ser, al sueño en el que se llevaba a la bella muchacha de mi lado, y sobre todo al sentimiento de odio que irrefrenablemente crecía en mi interior. Decidí que la mejor solución era destruir aquello que invadía mis sueños y turbaba mis pensamientos.
De nuevo vagué a través de la soledad, pero esta vez sosteniendo un arma blanca en mi mano derecha, muy sigilosamente, mientras el viento me rozaba con suavidad.
Estuve aproximadamente dos horas concentrado en esa búsqueda como nunca antes ni después lo estuve en cosa alguna. Y digo esto porque más o menos al final de la segunda no me hizo falta seguir buscando. A lo lejos vi cómo el motivo de las que eran por entonces mis únicas preocupaciones doblaba la esquina velozmente. Cegado por la ira y la locura corrí tras mi pesadilla, que de nuevo no era para mí más que algo indefinible debido a la distancia que nos separaba y a la muy escasa luz que en aquellos momentos iluminaba mis pasos. Un escalofriante trueno dio paso a una abundante lluvia. Mi visibilidad disminuyó fastidiosamente.
A duras penas conseguí seguirlo, pues con la llegada de la noche y de la tormenta no era para mí mucho más que una sombra. Yo estaba enormemente fatigado a causa de la falta de alimento, y las energías no me sobraban, pero por suerte, me pareció ver que tropezaba al doblar la esquina de una casa, y que caía justo detrás de ésta, de modo que no podía verlo, pero yo sabía que estaba allí, y que lo más probable era que estuviera indefenso durante unos breves instantes, los cuales –me dije- debía aprovechar.
Y vaya si lo hice, doblé la esquina a la velocidad de un rayo y sin pensarlo corté el aire con mi cuchillo con una fuerza que me pareció sobrehumana, y alcancé a mi objetivo de lleno.
La visión de lo que tenía a mis pies aún la tengo claramente grabada en mi perturbada mente.
Una bella muchacha de ojos claros y cabello dorado me miraba desde el suelo con resignación y un miedo muy profundo. De la incisión que tenía en su esbelto cuello brotaba un manantial de sangre. Al mezclarse con el agua de la lluvia adquiría un color en aquella oscuridad que a mí me pareció el de la muerte.
Aquella noche tuve un sueño. Yo corría por un campo fresco y verde. Me sentaba. Una muchacha de ojos casi transparentes y cuyo cabello parecía formado por finísimos hilos de oro se acomodaba a mi lado y nos saludábamos. Entonces, como una exhalación, aparecía un ser humano de rostro cadavérico, como si hubiese estado varias semanas sin comer, y se llevaba a la chica, mientras ésta me miraba a los ojos con resignación y un miedo muy profundo.

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