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EL ABISMO

"La criatura que surgió del río" por Pelotazoman

"La criatura que surgió del río" por Pelotazoman LA CRIATURA QUE SURGIÓ DEL RÍO

Lo que voy a narrarles a continuación supuso el final de los días más dichosos de mi existencia. No creo que vaya a serles de provecho intelectual, ni pretendo alimentar mi vanidad dando a conocer la extraordinaria desgracia que me aconteció. Tan sólo quiero dejar constancia de que hechos tan inexplicables como éste suceden a veces. Es mi deseo que todas aquellas personas que hundidas en la desesperanza aún estén tratando de encontrar justificaciones lógicas en lo más hondo de su mente a sucesos injustos por su misma imposibilidad racional, tengan conocimiento de mi triste anécdota, que si bien no espero que vaya a suponer un gran consuelo para ellas, quizá al menos les pueda conceder cierto alivio el saber que no se encuentran solas en tal situación. También quiero comunicarles que, a mi parecer, tales acontecimientos son en sí mismos una divinidad que no tiene en cuenta el criterio de los hombres para presentarse en sus vidas, y que se pasea por ellas como una rana en una charca, la cual entra y sale de ella a placer, pero siempre observándola, aún desde la orilla. Por lo tanto no creo que tenga sentido torturarse con profundas reflexiones acerca de tales eventualidades inconcebibles.
Estaba enamorado de esa chica como jamás lo estuve de ninguna otra. Con la naturalidad con la que dos niños se cogen de la mano al ir de camino a la escuela, así a los pocos minutos de habernos conocido habíamos entrelazado nuestras manos al caminar, sin necesidad de palabras ni de una mirada cruzada. He de pedirles que consideren este inocente acto como heraldo de nuestro amor, ya que profundizar demasiado en mis recuerdos me causaría la dolorosa mordedura de aquel pasado que nunca volverá.
Nuestros besos, abrazos y caricias atraían poderosamente la atención. Y no porque hiciéramos gala de una desbordante pasión o lujuria en público, sino porque al observarnos, la gente comprendía que el amor en estado puro existía. Algunos adultos se desengañaban al comprender que el amor no era sólo un sueño de juventud, pues al mirarnos veían su presencia indiscutible. Entonces apartaban la mirada. El amor nos controlaba a nosotros y no a la inversa. No creo que fuera sangre lo que recorría mis entrañas. Era pura felicidad. Sabía que la tenía a ella, y con eso bastaba.
Un soleado día de septiembre me hallaba tendido sobre la orilla de un río. Dejaba libertad a mi mente para recrearse en el pensamiento de mi amada. Me sentía muy dichoso. Oí un sonido procedente del agua parecido a un burbujeo, y transcurrido algún tiempo volvió a escucharse con más intensidad. Me incorporé sobre mis codos para comprobar qué podría haberlo provocado. Algo de un color rojizo ascendió lentamente hacia la superficie hasta que asomó la parte superior de lo que parecía ser alguna especie de exótica criatura fluvial semejante a un cangrejo pero de un tamaño mucho mayor. Avanzó hacia la orilla en la que me encontraba, ayudándose de sus larguiruchas extremidades. Sus movimientos tenían un tinte siniestro que me estremeció. Abandonó cansinamente el agua permitiéndome contemplar su horrendo aspecto. ¡Dios mío! ¿Qué era aquello? Aquel horror no podía haber sido creado por la Mano divina. Tenía patas de arácnido, mucho más largas de lo que me habían parecido en un principio, cuyos extremos eran afiladas garras ganchudas, sobre las que caminaba. Su viscoso y reluciente abdomen palpitaba con velocidad. La cabeza no podría haberse denominado como tal. Del extremo frontal del tórax brotaba un asqueroso tubérculo informe con varios ojos como cristales negros. Este apéndice contaba con una abertura jadeante que dejaba vislumbrar una dentadura irregular. Al observar aquellos dientes estuve al borde del desmayo.Cada uno de ellos era como un largo cuchillo babeante, y su aleatoria colocación les daba en conjunto un aspecto aún más aterrador.
Mis músculos estaban paralizados por el terror mientras veía acercarse a aquel espanto bamboleante. Se detuvo frente a mí, dirigiéndome una mirada cargada de odio. Traté de levantarme para echar a correr, pero la criatura me derribó con portentosa fuerza, y sus blancuzcas garras me inmovilizaron. Traté de zafarme en un último y desesperado esfuerzo por escapar, pero fue inútil. Entonces estalló una oleada de intenso dolor en la parte posterior de mi cabeza, y mi conciencia me abandonó dejando tras de sí un fugaz pensamiento sobre cuchillos afilados.
Al abrir los ojos comprendí que mi terrible experiencia con la deforme monstruosidad tan sólo había existido en las profundidades más oscuras de mi mente, pues al palpar mi cráneo no encontré herida alguna ni sentí dolor. Aún adormecido tras mi larga siesta, me puse en pie para emprender el camino de regreso al pueblo. En el límite de mi campo visual había algo que se escapaba a la lógica, y mi razón se negaba a aceptarlo, así que empecé a caminar. Pero al cabo de algunos pasos, decidí demostrarme la imposibilidad de que detrás de mí hubiera lo que había creído vislumbrar. Me giré y el escalofrío que recorrió mi cuerpo estuvo a punto de hacerme caer. Una sinuosa franja viscosa y brillante , con dos series de pequeños agujeros flanqueándola, recorría la línea recta entre el agua y el lugar donde yo había estado.
Corrí hacia mi casa, repitiéndome que aquello era imposible. Sobrecogido por el terror, traté de desviar mis pensamientos hacia algún asunto trivial, obligándome a creer que aquellas marcas nunca habían estado allí. Mi razón las rechazaba imperiosamente para salvar mi cordura.
Aun tratando de pensar lo menos posible en lo sucedido por la tarde, esa noche necesité varias horas para que me invadiera el sueño, que resultó ser agitado y ominoso.
Mi primer pensamiento al despertar fue para mi amada. Todas las mañanas era para ella. La evocaba y me ilusionaba con las apremiantes ganas de volver a su lado, para poder contemplar su dulce sonrisa, recibir sus caricias, o reírme toda una tarde con sus ocurrencias. Pero aquella vez fue distinta. Aún me parece algo imposible, pero podría asegurar que en el transcurso de una noche había dejado de amarla. Aparté ese pensamiento, evitando dejarle que se alimentase y creciera, y con la esperanza de que si actuaba como si no hubiera existido ni por un instante en mi mente, nunca volviera a aparecer. Pero una voz en mi subconsciente sabía que todo había cambiado, y me lo repetía sin tregua a pesar de mi tenaz resistencia a resignarme. No podía creerlo, y lloré. Al imaginar la expresión que se dibujaría en su inocente rostro cuando la destrozara el corazón, se reanimaba el torrente de lágrimas. Y lo más extraño y confuso era que yo deseaba amarla.
La próxima vez que nos vimos nos besamos, y mi beso, aunque amargo, fue sincero. La miré con ojos llorosos. Ella había empezado a hablarme pero enmudeció. Al observarme pareció comprender que quizá el paraíso había empezado a tambalearse. Palideció, y asustada por la respuesta que podría obtener me preguntó:
- ¿Qué te pasa?- la angustiosa voz que empleó me produjo el dolor de cien clavos ardientes hundiéndose en mi cuerpo.
- Lo siento mucho mi amor- dije a duras penas entre sollozos.
Cuando ella comenzó a llorar rogué a Dios que pusiera fin a mi vida. Después de descargar su cálido llanto en mi cuello durante unos segundos infernales, me pidió alguna razón que explicase el súbito cambio de mis sentimientos. Y no fui capaz de concederle ninguna. En sus ojos no vi un sólo atisbo de odio, tan sólo una profunda tristeza. Entonces aquella maravillosa chica secó tiernamente mis lágrimas con sus manos. Tras la despedida más dolorosa de mi vida, di media vuelta, sintiendo que una parte de mi alma se quedaba atrás pero sin entender por qué no volvía a recuperarla.
Mientras el tiempo se escapaba entre mis dedos yo seguía sin concebir por qué no podía amarla a pesar de desearlo con todo mi ser. Y un día tras otro ella me aguardaba. Un día tras otro rechazaba a sus pretendientes, con la esperanza de que yo pudiera cambiar de parecer. Y yo no hacía más que sufrir, anhelando decirle que volviera a mi lado mientras que algo en mi interior lo impedía, algo oscuro e indescifrable, algo que me había obligado a poner fin a los días más felices de mi vida.
Cuando el cuarto mes tras el fatídico día tocó a su fin, ella me comunicó que no pretendía esperar más. Se me llenó la garganta de pura angustia, de tal modo que no pude responder. Era como en esos sueños en los que si pronuncias unas palabras puedes conseguir tu mayor deseo, pero tan sólo puedes mover los labios, imposibilitado de articular sonido alguno, mientras se escapa la mejor oportunidad de tu vida. Y tras escucharme llorar por última vez y decirme unas breves palabras de consuelo, dio media vuelta y se marchó, como había hecho yo cuatro meses atrás. Estuve unos instantes mirando cómo se alejaba. Y de la mano de la impotencia llegó la rabia. La rabia más atroz que jamás se despertara en hombre alguno.
Unas semanas más tarde tuve un extraño sueño. En él notaba cómo algo se abría paso a través de mi mente, intentando salir. Sentía como si una pesadísima carga estuviera abandonando mi espíritu. Algo caía al suelo desde mi cabeza pero antes de que pudiera llegar a verlo desperté. Junto a mi escritorio estaba la horrenda criatura que había surgido del río. Grité con toda la fuerza que me permitieron mis pulmones. El ser me observaba con una siniestra expresión de burlona satisfacción. Ha cumplido su cometido, y lo sabe, pensé. Por fin había comprendido, era aquella pesadilla reptante la que desde lo más hondo de mi mente había alterado mis sentimientos, y ahora que había salido, mi corazón volvía a arder al recordar a mi amada. Era ella lo que de este mundo yo más deseaba. Pero ya era tarde para rectificar, pues sabía que ella había encontrado a otro con quien compartir sus días. El miedo inicial dio paso a una furia desbordada. Me levanté dispuesto a golpear a la criatura hasta poner fin a su existencia. No había sospechado que aquella cosa repugnante pudiera moverse con tanta agilidad como para esquivar todos mis golpes. Se apartaba mediante pequeños brincos y cuando caía se escuchaba un desagrdable sonido, como un chapoteo. Las fuerzas me fueron abandonando y desistí en mi empeño, agotado. La cosa innombrable me miraba inmóvil, y parecía disfrutar de la situación. Sin que la criatura tratase de impedírmelo salí de la habitación y bloqueé la puerta con una silla.
Decidí ir a pasear para tratar de pensar con claridad cómo debía proceder a continuación. Y llegando al lindero de un bosque cercano concluí que lo mejor sería avisar a la policía. Me asaltó de nuevo el dolor por el recuerdo de mi amada y la angustia de saber que yo mismo había desencadenado el final de nuestro hermoso romance. Y al tiempo que aparecía este pensamiento, se fue revelando entre los árboles una silueta. Era mi espantoso enemigo, que me miraba con regocijo, como si fuera consciente de mi aflicción. Tras unos instantes, tomó la dirección que llevaba hacia el río, moviéndose con ligereza.
- ¡No te vayas!- le grité- ¡Termina con tu sucio trabajo y mátame de una vez!
Pero no se detuvo. Continuó arrastrando su hinchado cuerpo hacia el agua, que centelleaba con la esplendorosa luz de la mañana. Al alcanzarla, nadó hasta el centro de la corriente y se sumergió, y nunca la volví a ver. Aunque a menudo me atormenta durante el sueño, y cuando rememoro con desconsuelo el pasado, aún creo verla acechándome impasible, con ojos complacidos.
Ha destrozado mi vida y consumido mi cordura. Pero hay algo que nunca será capaz de destruir, ni aunque regresara del infierno con un regimiento de demonios. Una palabra grabada en mi corazón. Ángela.

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