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EL ABISMO

"Sensaciones, S.A." por Pelotazoman

"Sensaciones, S.A." por Pelotazoman SENSACIONES, S.A.
En el aire seco de Villalegre resonaron cuatro campanadas. El pueblo estaba sumido en el letargo de las bochornosas tardes de verano. Había un grupo de ancianas alrededor de una mesa jugando una partida de cartas. Los pocos niños que no estaban durmiendo la siesta, daban patadas a un desgastado balón. En las escasas sombras se apiñaban algunos hombres que dormitaban a causa de la edad, la copiosa comida y el vino. Todo parecía verse a través de un gran cristal amarillo.
Una alegre melodía infantil comenzó a oírse a lo lejos, interrumpiendo el soñoliento silencio que reinaba. Su creciente intensidad obligó al pueblo a desperezarse. Se veían algunas caras asomadas a las ventanas. Los niños corrieron y saltaron, alborotados, ansiosos por descubrir el origen de aquella musiquilla.
–¡A lo mejor es un circo! –dijo uno.
–¡Qué dices! ¡Cómo va a venir un circo a un pueblucho como este!
–¡Mirad! ¡Es un camión! ¡Qué grande!
Un enorme trailer se detuvo en la calle más ancha del pueblo, dispersando en el ambiente sus graciosas notas musicales. Los chiquillos se arremolinaron alrededor, expectantes. También se acercaron algunas personas con expresión de adormecimiento. Las ancianas detuvieron su partida y miraron hacia el camión distraídamente. En un lateral del plateado remolque había un letrero:

SENSACIONES, S. A.
Venta de emociones y sentimientos

Mientras la música de feria continuaba, una voz empezó a oírse a través de los megáfonos del camión.
–¡Acérquense y compren ahora un sentimiento! ¡Vendemos diversión para los niños, alegría para los melancólicos, esperanza, pasión, ilusión,...! ¡Vengan y observen nuestra mercancía!
El conductor y su acompañante bajaron de la cabina. Llevaban un par de brillantes trajes blancos, y corbatas de llamativos colores. Desplegaron entre los dos una gran mesa alargada y enseguida la llenaron de extraños objetos que sacaban del interior del remolque.
Una señora de mediana edad curioseaba a cierta distancia.
–¡Acérquese sin miedo, señora! –dijo uno de los vendedores, con una amplia sonrisa–. No crea que son pócimas ni artículos mágicos o de brujería. Son sentimientos auténticos, en estado puro.
–¿Cómo dice? –preguntó la señora, dando un paso hacia el tenderete.
–Verá, habrá oído decir que las emociones no se pueden ver ni tocar, puesto que no son algo físico –ahora se dirigió a toda la multitud que se había ido congregando-. Pero nosotros hemos descubierto que esto no es así. El amor que sienten dos amantes es algo tan tangible como esa casa, el problema es que sus partículas son extremadamente volátiles. Y hemos hallado un método para juntarlas en un reducido espacio, de forma que pueda apreciarse la verdadera apariencia del amor.
Su compañero levantó un pequeño frasco por encima de su cabeza, sujetándolo entre el índice y el pulgar. Se oyeron algunos suspiros de asombro, sobre todo entre los más jóvenes. También algunos comentarios como: "¡Nos han tomado por tontos!". En el interior del tubito de cristal flotaba una bruma rosada.
–A quien aspire el contenido le invadirá un sensación real de amor, insisto, absolutamente real, pues recuerden que no es un elixir para enamorar, sino que es amor en sí mismo.
Y uno tras otro fue mostrando el resto de artículos. La esperanza era un líquido verde y burbujeante. La pasión, pastillas rojas como fresas. La diversión, cilindros con múltiples colores formando espirales a su alrededor. La amistad, una sustancia cremosa del color del mar. Unos se aspiraban, otros se comían, otros habían de beberse. El público, que a esas alturas lo componían casi todos los habitantes de Villalegre, se interesaba cada vez más.
La señora de mediana edad, la que se había acercado en primer lugar, susurró algo al oído de uno de los vendedores, con un ligero rubor en las mejillas.
–Claro que sí, que no le quepa ninguna duda –le contestó él, sonriente-. Con esto quedará solucionado el problema, ya verá. Acepte una muestra de regalo. Pruébela, y si le satisface vuelva a por más.
Introdujo dos de las píldoras rojas en una bolsa y se la entregó a la mujer, que se marchó avergonzada.
Ya sin el recelo inicial, algunas personas más se fueron interesando, y observaron con mayor detenimiento lo que les ofrecían.
–¡Lleven alegría a sus corazones! ¡Compren un frasco de felicidad!
Al caer la tarde la mesa alargada que hacía las veces de mostrador quedó casi vacía. Volaron la ilusión, la ambición, el amor… Y voló el dinero. Las casas de Villalegre se llenaron de tarros multicolores y de extrañas sustancias.
Con el amanecer del nuevo día fueron apareciendo las sonrisas. Sonrisas en las ventanas, felicidad en las calles, carcajadas contenidas en la iglesia. Allí donde se mirase había gente ilusionada, plena de felicidad. Y el camión aún seguía allí. Expuso una nueva remesa y emitió sus acordes infantiles. De nuevo la primera en llegar, esta vez sonriente y decidida, fue la señora que se había llevado la muestra gratuita de pasión. Y compró una bolsa llena de aquellas pastillas. La mercancía se agotó en pocos minutos, y los vendedores dieron por concluida su jornada.
Esa noche un hombre despertó a los vendedores, que descansaban en su camión.
–Si han descubierto cómo sintetizar sentimientos, estoy seguro de que no sólo han logrado obtener amor, pasión e ilusión…
La mirada fiera del hombre les hizo comprender enseguida, pues no era la primera vez que se veían en esa situación.
–Acompáñenos. Pero le advierto que los precios son mucho más elevados.
Pasaron los tres al interior del remolque. El hombre se fijó en un rincón y se le iluminó la mirada. Levantó el labio superior, enseñando los dientes. A la luz de la linterna que sujetaba uno de los vendedores podía verse una nueva gama de productos, colocados ordenadamente en varias estanterías. Estaban marcados con letreros. Terror, venganza, ira, celos, locura… Él compró un cuenco de tristeza, la cual era un caldo oscuro en el que nada se reflejaba y que despedía un olor agrio, como el de la muerte. Más tarde lo mezclaría con el vino de su hermano, pues no le agradaba que hubiera brotado en éste la alegría.
Pronto se difuníó el rumor acerca de los nuevos productos. Se agotaron antes de que el rumor se convirtiera en noticia. Aun antes de que el sol apareciera de nuevo sobre Villalegre.
El camión partió y regresó de nuevo cargado de sensaciones. Cada día había menos gente en las calles y aumentaba el número de peleas entre vecinos y de rostros disgustados. Y la venta de emociones también crecía. La pastilla amarillenta que eran los celos tuvo mucho éxito entre los amantes jóvenes. Las esferas negras del terror llevaron muchas pesadillas insoportables a los lechos.
Algunos decidieron suicidarse. No habían bebido el líquido anaranjado de la locura ni habían probado la desesperanza. Su error fue aspirar los rosados efluvios del amor sin dejar la mitad a una compañera. Eran enamorados que guardaban en su corazón el amor de dos amantes sin nombre.

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